Por Edgardo Villarreal
El término «influyente» siempre ha sido peligroso, una etiqueta que no debería de colocarse tan a la ligera en nadie, no obstante, en estos tiempos que corren, la gente influyente se ha multiplicado exponencialmente y ahora cualquiera se hace llamar de esa manera; o influencer, para usar la expresión que parece ser la más aceptada. No debemos olvidar que los anglicismos ya son parte fundamental del habla y la escritura en español, simplemente porque así une parece interesante e inteligente (aunque no lo sea ni por asomo).
Así como estas personas son cada vez más, también lo son las áreas en las que se «especializan», intentando hacer de otres sus «adoradores»: todo aquello que esté de moda y que genere un sentimiento aspiracionista en les demás, serán temas en los que incursionarán como «opinadores» desmedidos. Pero lo que aquí nos atañe no tiene que ver con moda, viajes, conseguir el cuerpo perfecto o aparecer bailando frente a la cámara; lo que aquí pretendo es hablar de estos influenciadores y su literatura.
Al ser escritor y tener una cuenta en redes sociales es imposible no encontrarse a escritores y lectores influencers, aquelles con miles de seguidores sólo por el simple hecho de tenerles, pero que están lejos de hacer bien su labor. Y no exagero al decir que el grueso de estas personas no sabe escribir de manera correcta y que tampoco salen de la misma y desgastada formula de siempre.
Pero entonces, ¿qué les hace exitosos? Tan exitosos que les convierte en potenciales autores de libros.
El meollo se encuentra en los números: muchos seguidores significan ventas, altas ventas son iguales a grandes ganancias y mucho dinero equivale a éxito. En referencia a esto citaré lo que alguien que, de alguna manera, está involucrado en el mundo editorial, una vez me dijo: «Para nosotros lo más importante son las visitas que generemos, el número de seguidores, publicar los más posible y la calidad de los textos. En ese orden». No es de sorprender entonces que, si personas sin ninguna retribución económica por publicar piensan así, las editoriales lo hayan convertido en casi un dogma. Cantidad antes que calidad. Ganancias antes que calidad… Ego antes que calidad.
En estos días para llamar la atención hasta de las más importantes casas editoriales no hay que saber «escribir bien», ni siquiera hacerlo de manera «decente»; lo único que hay que hacer es ser influenciador, alguien con garantía de que el dinero llegará sin problemas.
Pero ¿cómo se hace une un escritor influencer? Es relativamente sencillo. Para lograrlo sólo hay que convertirse en una idealización que «inspire» a les demás.
Siempre ha habido malos escritores, pero actualmente no existen barreras que les impidan publicar un libro. Ninguna. Si no son estrellas de las redes sociales, entonces se autopublicarán en Kindle o en muchos casos pagarán a un editor para que obre su «magia». La cosecha de libros físicos y electrónicos es abundante, sin embargo, ya no se separa la mala hierba.
Tampoco es que no haya escritores buenos entre los influenciadores, de hecho los hay, y algunes son muy buenes; el problema radica en que (casi) siempre se rodean de parafernalia, se exhiben, para así complementar su arte. ¿O será que ese exhibicionismo podría considerarse parte de ello?
Asimismo, también existen editoriales que publican libros sólo por el talento de los autores, impulsando a escritores no conocidos que se abren paso en este vasto y a la vez cerrado mundo; y aunque éstas no sean muchas, el que estén ahí es una señal de que las buenas letras, muy aparte de la fama y las ganancias, seguirán estando al alcance de les lectores, sobreviviendo en una realidad donde lo que más importa es la portada y no el contenido.
Tal vez esto parezca un vituperio, mas no lo es. En realidad, sólo trato de plasmar mi punto de vista de la manera más honesta posible. A mi parecer, no es justo que cientos de grandes escritores que no tienen cuentas en redes sociales o que las tienen, pero que no les interesa pertenecer a esa «elite», no tengan las mismas oportunidades para publicar un libro que aquellos que si forman parte de ese grupo de «gente bonite». No me parece justo que las librerías estén repletas de libros con contenidos sosos y mal escritos, y lo que realmente vale la pena se quede en los procesadores de texto de las computadoras o alojados en espacios que no les dan el valor que se merecen. Por desgracia, la escritura ha caído en uno de los peores vicios de las generaciones actuales: una buena y rápida recompensa por un esfuerzo mínimo, incluso a veces nulo. Ahora, nos encontramos en un punto en el que debemos de formularnos una muy importante pregunta: ¿acaso les influenciadores son les futuros «genios» de la escritura?
Reblogueó esto en Algún lugar en la imaginacióny comentado:
Un nuevo artículo de mi autoría en PlataformaCero.
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Allá ellos. Seguramente pueden vivir perfectamente sin escribir y lo hacen solo como galeotes que reman sin descanso para que la nave editorial surque océanos de dinero. Yo no sé no escribir, pero no hago bogar ningún negocio porque escribo sin ningún tipo de censura, la mía, la más peligrosa. Dan pena esos influenciadores siempre pendientes de su monetización. Son flor de un día. ¡Pobres!
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Gracias por el comentario, Pedro. Es muy importante para nosotros que nos lean y nos comenten y más con palabras tan certeras como las tuyas. Un abrazo.
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