La reescritura de mis palabras, y de cómo le fui tomando el gusto a la autoedición

Por Diego A. Moreno

No saben qué tanto me costó escribir sobre un artículo de autoedición. ¿Qué paradoja, verdad? Yo que me la paso escribiendo textos para mis blogs, este ejercicio de la escritura se me ha hecho difícil a la hora de volverlo un hábito, una disciplina. Hablo y escribo con desparpajo, y eso no combina bien cuando uno tiene que encontrar cierta fineza en cualquier tipo de trabajo literario; por eso, amigos, no opten por las malas costumbres y vicios del lenguaje, como la falta de uso de la «h», porque, aunque sea muda, es importantísima para diferenciar unas palabras de otras que en la oralidad suenan igual; o también los queísmos, los perismos, y otros ejemplos más.

Gravísima es la falla si se cree que uno debe de reproducir literalmente el lenguaje oral en el literario. Aunque la cadencia de la oralidad pueda ser seductora para los oyentes, en la escritura hay que tomar en cuenta tal y como son los signos de puntuación: comas [ , ], puntos [ . ] y puntos y comas [ ; ]; cada uno utilizándose en sus respectivas situaciones, siguiendo las reglas de la ortografía, o si nos vamos más allá, de las presunciones de la gramática, y es de gran menester el estudio de lo básico de nuestras lenguas, así para no caer en horrorosos accidentes con nuestra literatura.

Pero no se preocupen, todos cometemos errores y tenemos la oportunidad de reaprender. Vaya que yo también los cometo, y lo sigo haciendo. Sin embargo, cuando uno quiere dar un pequeño paso para mejorar la calidad de sus artículos, lo preferible es, después de un buen primer borrador, pasar a la reescritura acompañada por la autoedición. Las plumas más brillantes que ha tenido la literatura lo han recomendado sin cansancio.

No nos engañemos, por más que nos regodeemos por las historias que relatamos, quitando o poniendo este u otro detalle, como matando o no a los protagonistas más gustados por nuestros lectores, podríamos reescribir el mismo cuento cien veces y caer en los mismos errores si no nos enfocamos en las dichosas reglas ortográficas. Recuerden que, aunque nadie nos lea al principio de nuestras carreras literarias, lo mejor es siempre tener a un lector implícito basado en el idioma que escribes y que éste siempre tenga sentido común y  que también sea exigente, y así nos será el mejor compañero si tomamos con mesura lo que creamos. Además, es rico ver que algo que creamos está quedando bien y limpio.

Mi experiencia con la autoedición, por mis malos hábitos, que los tengo bastante arraigados desde la infancia, ha sido algo tortuosa y, no obstante, también maravillosa. Deslumbrante. Desde niño me encanta contar historias por medio de una hoja de cuaderno o imaginarlas para mí mismo, así en aquellas horas de ocio cuando no tenía juguetes a la mano. Pero, por ignorancia y pereza mental, nunca me fijé si lo que imprimí en un texto fue correctamente escrito o realmente entretenido; lo que quería era explayarme e irme por la deriva, como marinero suicida, y así hasta que mi madre me llamara a comer, o me regañara por andar de bobo viendo al horizonte mientras imaginaba ominosos dragones o seres inconcebibles de mundos insondables.

Ya de más grande me vi capaz de formar dramas que causaban cierta conmoción a mis amigos, aun cuando estas narraciones se crearan en la informalidad de un MSN Messenger o en la plática rutinaria de la escuela y las ganas de no estudiar matemáticas; ¿y cómo llegué entretejer incipientes historias que cautivaran de algún modo? Leyendo, teniendo un hábito de la lectura que con el tiempo se volvía cada vez más voraz. En aquellas plataformas de antaño dejó de ser lo mismo saludar con “ola komo stas” a “Hola Patty, que tal ha sido tu día” [sic], así encantaba a ciertos seres que sufrían de un analfabetismo más tremendo que el mío, y a la vez reconocí el poder de la palabra a la hora de persuadir a los demás con una mejor claridad de mis mensajes. Y es que la ortografía apenas la asimilaba a mis quince primaveras, porque nomás  se trataba de acentos y comas, que al final me parecían opcionales.

De ahí la retórica, pensar bien lo que escribes y a quién escribes (al lector/espectador implícito), porque un discurso lo más límpido posible, atrae y seduce, fortifica y congrega masas.

Sería una completa paradoja, por no atreverme a levantar juicios con palabras más coloridas, si después de haber optado por el estudio de Letras Hispánicas yo, Diego Moreno, no hubiera aprendido aunque sea un poco sobre la edición de textos literarios en la academia. Tengo que recalcar que hasta en la carrera universitaria de literatura hay fallas grandes, y de todos modos es entendible cuando nomás ésta se enfoca en la interpretación y análisis de obras literarias, dándole cierto matiz en que los ensayos sean lo más posiblemente inteligibles, empero carentes de didáctica, estilo y lenguaje lúdico. Bueno, tendrán sus razones, porque en sí el lenguaje académico tiende a ser elitista y científico, o pseudo-científico.

Sin embargo, para escribir a otros no nomás hay que saber de acentos y de comas, sino cómo emplear las acentuaciones a nuestro beneficio, escoger con pinzas las palabras que utilizamos, y generar ritmos balanceados para que el que nos lea se sienta amado por nuestras letras y que, de esta manera, mínimo le dé la vuelta a la primera página, o se deslice un poco más abajo con el ratón (mouse).

Un texto sin editar será automáticamente rechazado por casi todo lector, por eso háganse el favor y teman presentar sus escritos al público en su estado más prístino. Ya me entenderán.

Y, sinceramente, tampoco quiero que me vean como alguien totalmente logrado, nadie realmente lo es, y como chisme y anécdota les confieso: mi actual y anterior blog están repletos de textos sin auto-editar, lo cual realmente me da pena y, sí, he tenido mis críticas al respecto. No obstante, desde hace tiempo me he encausado en darles una paulatina y circunspecta edición, aún con ese martirio que siento al ver tanto cascajo y errores ortográficos; y, después de una o dos etapas de autoedición, los resultados son, por mucho, gratificantes.

Ahora, yo estudié literatura y tengo una pequeña ventaja, pero si tú, que me lees, ni siquiera pasabas con buenas calificaciones las materias de Español, pues te digo esto: siempre estarás a tiempo para rectificar y “autoeditar” tus estudios, pues hay tantos manuales de escritura y gramática gratis por internet; o sin problemas podrías pagar por algunos, que hay también de bajos precios y de buena calidad. Como ya lo dije antes en mi breve autobiografía de la escritura, leer ayuda mucho, pero estudiar más. Praxis y teoría sin falta.

Bueno.

No quiero quedarme nomás en el aspecto de la individualidad en la edición, como si este trabajo fuera tan solitario, y aunque a veces lo puede ser, y para los lobos esteparios esto es grandioso, también recomiendo pasar por la coedición, donde tú y otro compañero, al que más confianza le tengas, además de saber del oficio de la corrección, editen los textos que vayas desarrollando, y que siempre tengas en aquel otro un lector cero y a la vez un corrector de tus letras. Y así se pueden ir intercambiando los roles, para que la ayuda sea mutua.

El hábito de escribir, en efecto, no se hace totalmente a solas; de hecho, en compañía siempre será más fructífero. Véanlo como por etapas: a) se genera todo el proceso para escribir el borrador, b) se escribe el borrador, c) siguen las autoediciones; y d) la coedición dará el posible toque final que se requería.

Y bien, qué más se puede decir al respecto de este tema al que muchos erróneamente rehúyen.

Escriban, escriban mucho, no paren de escribir; que de la escritura sale el maestro, pero de la escucha, del entendimiento humano y la autocrítica se encuentra al sabio. Un escritor que es a la vez maestro y sabio, hará de lo suyo grandes obras maestras.

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