Mezclar lo inmiscible

Por Alejandro Rabelo García

Por razones que no vienen a cuento, jamás pertenecí a curso de escritura creativo, taller literario o círculo de lectura alguno. Creería en el autodidactismo como humanista liberal, pero más todavía como ferviente practicante, siempre resistiendo a un mundo que pondera los blasones por encima de las personas (Existe un clasismo académico no exento de otros prejuicios; no es el propósito de este texto). En mi ciudad, una de por sí hostil al espíritu creativo, ese mundo se volvió una mafia en pleno, plagado de favores y amiguismos muchas veces sin apego al talento. Y la creatividad requiere, además de la crítica honesta, altas dosis de libertad.

Mi camino, quizá más arduo y espinoso, resultó más satisfactorio, más abierto y aun más compartido: Nos contamos por millares quienes lo emprendimos confiados tan sólo por la fuerza de nuestra propuesta literaria, por el ímpetu de escribir, por el propósito de revelar aquello que permanece oculto, que no se menciona, que nadie conoce previamente. Ese revelar también nos implica como autoras y autores: Se nos revelan esas “ganas”, ese “no sé porqué me gusta ‘perder mi tiempo’ escribiendo”; se revela ese universo personal saliendo a flote, palabra por palabra, y toma forma de expresión escrita; se revela la revelación propia, la revelación misma: ¿Por qué aquello que mantuve en mi interior hoy deseo revelarlo a cualquiera?

Puede que la pregunta nunca obtenga una respuesta, incluso con una saga publicada y un premio recibido. Después de todo, al Grijalva le instalaron 4 presas y 2 compuertas, y sigue llegando al Golfo de México -sigue inundando, sigue generando energía eléctrica- tan caudaloso como desde la Sierra de los Cuchumatanes.

Esta metáfora rancia también conlleva otra revelación: Quizá nadie tampoco entienda nuestra íntima revelación. Es posible replicar todo reproche a nuestra vocación (“¿De qué vas a vivir?”, “¿Cuál es tu trabajo de verdad?” “¿Y qué escribes?”), de igual manera que uno explicaría, con los pies metidos en la corriente fluvial, “se trata de la naturaleza”, “es el ciclo del agua”, “así lo quiso Diosito”. Y no lo entenderán. Podríamos organizar disertaciones especializadas sobre por qué corre un río y por qué uno escribe: Habrá quien no lo entenderá. Un alivio, compartido también: Habrá quien sí lo entienda. Quien se mire en esa revelación -lo que revelamos– para iniciar o comprender la suya. Quienes nos leen y quienes igualmente desean escribir, como quien sumerge los pies en el río sin cuestionarse tanto la razón de su disfrute.

No encontré ni en casa quien entendiera o compartiera o disfrutara esa revelación y cuando hallé a alguna o alguno, había más de pose o supervivencia que de sustancia. Había resignación, competencias por conocer tal o cual autor, tal o cual obra, tal o cual corriente, gestiones para una beca o un premio, los había antisistema con amistades dentro el sistema y los muy bien arrellanados aprovechándose, todavía, recientes o añejos, del sistema.

Todos a la orilla del río, ninguno con los pies sumergidos.

Por ello, abandoné la ribera y, como el salmón, remonté por mi cuenta el afluente a la búsqueda de un método para revelar mi universo.

Prácticamente no hay creador de cualquier arte que no recomiende, en primerísimo lugar, leer, conocer y viajar mucho; hoy diríase escuchar música y ver cine en abundancia. Citas más, citas menos, esa recomendación es algo más que formativa: 10 mil años de arte nos contemplan desde el fondo de la historia. La escritura, aunque más reciente en relación, ajustará los 4 mil años y poco, o muy poco, ha dejado de ser coto de una época o de una sola mente. Aun la intertextualidad muestras ya sus primeras grietas de agotamiento.

¿Entonces? ¿Escribo o no? ¿Para qué escribir, si puede ser similar a lo ya escrito un año o un milenio atrás? ¿Dónde descubrir o desarrollar la tan preciada originalidad, la tan valiosa innovación, la tan mentada voz propia? ¿De qué serviría, además, dentro de una década o un siglo? ¿Cómo no ser común ni aburrido ni convencional ni lineal ni plano ni ninguno de los otros epítetos que circulan en el mundillo literario sin revisar siquiera el absurdo de rehuir de esas palabras?

Común, Borges, quien escribía nada más sobre literatura, como el cine de Tarantino sólo trata acerca de cine.

Aburrido, Rulfo, quien no nos permite abandonar el campo ni Jalisco ni sus preciosos mexicanismos.

Convencional, Poe, quien cocinó en el molde de poetas y narradores británicos hasta el último de sus días.

Lineal, Dostoyevski, quien debía entregar on demand los episodios de sus novelas, apenas con tiempo para pulirlos.

Plano, Joyce, quien vistió del repertorio de sus obsesiones y chistes el esqueleto de la obra de Homero y las Escrituras hebrea y católica.

El truco es simple: Ninguno de ellos -nadie que deseara escribir- se formuló esas interrogantes. Pero todos emplearon los mecanismos compilados por Fernando Vallejo para sí en su magnífica Logoi, precisamente para mostrar la inutilidad de esta preocupación y el almanaque de recursos que hemos venido reciclando, casi de manual, desde la Grecia clásica.

¿Entonces?

Cuando remontes el río -con soledad o en compañía-, recuerda que ningún salmón es exactamente igual a otro, ni por las escamas ni por el nado. Alguna veces, como en la naturaleza, se inicia por imitación (Desconozco si exista un modelo innovador para caminar o respirar); la misma naturaleza nos provee la tan necesaria identidad, distinta y disímil: Huellas digitales, tela de retina, cadena de cromosomas. Otras veces, se inicia desde la pura experimentación, en el sentido de querer expresarse sin mayor norma que las gramaticales. Una escritura ciega y sorda, vacía de moldes, después sometida a cotejos básicos de forma y fondo.

Proceder por intuición me ha resultado más enriquecedor en términos de experiencia, a condición de nutrirla con una ingente pericia técnica. En ocasiones, la fortuna brinda sus mejores empujones mientras se redacta que imbuyéndose, tal vez innecesariamente, en instrumentos y recomendaciones quizá más conveniente emplear a posteriori, es decir, para el análisis y no para la elaboración. Desistí de la enseñanza de medios para enfocarme en el objetivo: Teniendo claro qué quiero decir y cómo decirlo, el producto podrá abordar temáticas y perspectivas semejantes, pero se parecerá inconfundiblemente a mi intención expresiva. Me funcionó a mí, al menos, y sé que ha funcionado en otras personas.

Puede resultar incluso atinada la vía del peligro: Averiguando el Cómo se revela nuestro singular Qué. Armar primero a vuelo de pluma dentro un modelo muy bien planificado (Copiado si se prefiere, de entre el catálogo inmenso de cualquier biblioteca comunitaria) y siguiendo una idea vaga, apenas una luz de premisa. Pronto, alguna de las 2 necesidades vencerá a la otra: O el modelo -el dominio técnico- expresa con precisión el pensamiento o el pensamiento expandirá las posibilidades del modelo -el dominio estilístico-. No existe algo como una heurística a la vez fiable e infalible, pero tampoco ninguna que sea en verdad única, excepto por el profesorado que se toma demasiado en serio la venta de sus recetas.

En cualquier caso, tu búsqueda no apuntaría hacia una voz propia -que ya posees y que tarde o temprano se revela-, sino hacia el aprendizaje de aquello que facilite y mejore su expresión, su forma, hasta no quedar duda de que hablas tú por ti, por tus ideas propias, por tu historia y tus problemas propios, por tu propia solución, si es que la hay, por tus sueños y tus pesadillas, por tus gustos y tus disgustos, por tu tiempo y tu espacio: Tu universo personal.

Este doble sentido, el rigor metodológico de la técnica y la apertura archiflexible de la intención literaria, pareciera contener elementos aparentemente inmiscibles: El agua y el aceite. La verdad es que tampoco funciona esta visión de falso dilema. Ni el rigor equivale a camisa de fuerza ni la apertura a legitimar cualquier mengambrea. Menos, porque escribir no estriba en tomar esta decisión, ¿Qué fue primero, el molde o el contenido? Nadie se lo pregunta mientras lee -o tararea la melodía o paladea el postre u observa la película- o mientras escribe.

Gabo lo llamaba “carpintería secreta” y jamás bajó de “oficio” a escribir, sea literatura o periodismo, argumentando que basta con conocer los rudimentos para que cualquiera los ejerza. Milan Kundera sugería para leer “optar por los libros fáciles de leer, pero difíciles de comprender, en vez de aquellos difíciles de leer, pero fáciles de comprender”; yo lo sugeriría para redactar. Hasta la Patafísica y el OuLiPo franceses -autonombradas colegio y academia, respectivamente-, con sus conceptos de excepciones y contraintes (Constricciones), establecieron directrices, desafíos, que se utilizaran como sistemas para escribir, no forzosos ni fijos, pero moldes al fin y al cabo.

Ya circulan por ahí muy diversas maneras de expresión escrita, verdaderos instructivos de la palabra no verbal, imprescindibles siempre. Ténganse a la mano suficientes; tómense como puntos de partida, guías de viaje, señales de tránsito. Nuestra voz propia recorrerá su sendero gracias a tan preciosos auxilios, cargado de su pasado y de su legado casi sin proponérselo. Al principio, es posible no quedarnos claro si es nuestra voz o somos voceros. Otro falso dilema del cual no debemos preocuparnos.

Un día, cierto lector o lectora nos leerá, muy atentamente, fascinado o fascinada de leernos, de nuestras frases, de nuestra propuesta; se dirá algo bueno y algo malo, pero continuará leyendo, esperará lo próximo e indagará en lo previo, opinará donde y con quien le sea posible, nos comparará entre otras lecturas, replicará en las suyas nuestra vida y nuestras ideas. En ese momento exacto -tal vez sin enterarnos-, habrá descubierto la belleza de nuestros textos.

Se habrá descubierto al menos una persona que identifique nuestra revelación de entre las demás.

Habremos descubierto nuestra voz y de esa epifanía ya no se vuelve.

8 comentarios sobre “Mezclar lo inmiscible

  1. Es un texto importante, en este momento es preocupante en mi país, como los jóvenes intentan tomar las formas de Sergio Ramírez quien a su vez imita a Humberto Eco, las mujeres quieren parecerse a Isabel Allende o Gioconda Belli. Igual que tú opino que cada una debe sacar su propia voz, descubrirla, pero en eso no te ayudaran las «vacas sagradas», yo prefiero que me lea un lector y opine, alguien que nos siquiera tenga amor por la lectura y pueda decirme lo que opina sobre lo que hago. Sigo a Bertol Bresh en su ideología, escribimos para que los que nos han estudiado se ilustren, lo que escribimos debe ser comprendido minimo por un niño de 10 años. Disfrute la lectura. Esa critica es muy necesaria en este contexto, donde todo está siendo formateado por las grandes editoras, es necesario crear un movimiento que transgreda y renueve la escritura, al margen de los intereses comerciales. Saludes.

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  2. Hola Alejandro, qué interesantes reflexiones. Cada quien escribe desde su experiencia personal y creo que ninguna experiencia es parecida así que el resultado tendrá siempre ese «toque» que lo hace único. Es muy agradable volver a leer algo tuyo. Saludos.

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